Opinión

La cumbia: identidad en movimiento, metáfora de una transición cultural

Por: Guillermo Barreto Vásquez

Guillermo Barreto Vásquez

La cumbia, más allá de su dimensión musical, constituye un sistema simbólico complejo que articula memoria, territorio y pertenencia. Concebirla como una identidad en movimiento, a través de metáforas de transición, permite comprender su trayectoria histórica, su transformación social y su proyección global.

No es únicamente una manifestación artística o folclórica. Es, ante todo, un sistema vivo de memoria: una forma sensible de habitar el tiempo y el territorio a través de lo sonoro, lo corporal y lo simbólico. Su origen se sitúa en los márgenes ribereños del Caribe colombiano, como resultado del diálogo profundo entre pueblos indígenas, comunidades afrodescendientes y raíces hispánicas. En ese contexto, la cumbia emergió como un acto de encuentro entre tres mundos, un lenguaje común que —sin necesidad de traducción— permitió que cuerpos, voces e instrumentos reconocieran en el otro una parte de sí mismos.

Como tejido de identidad, la cumbia conserva en su ritmo la memoria de quienes resistieron el desarraigo, la esclavitud y la imposición colonial; de quienes, a pesar del dolor, celebraron la vida, percibiendo en su danza la sabiduría ritual de los pueblos originarios; en su golpe polirítmico, el pulso vital de África; y en su lírica mestiza, el relato colectivo de una nación profundamente diversa.

Pero más allá de sus orígenes, la cumbia ha sido y sigue siendo un agente de transformación cultural. No permanece anclada en el pasado: se proyecta hacia el futuro como símbolo patrimonial, expresión viva de identidad y emblema de pertenencia para millones de personas dentro y fuera del país. En cada versión local, en cada adaptación regional o internacional, la cumbia se reinventa sin perder su esencia. Su identidad no se diluye: se multiplica.

Desde las ciencias sociales, la cumbia como símbolo en movimiento demuestra que las metáforas culturales no solo enriquecen el lenguaje, sino que reflejan los valores, tensiones y aspiraciones de una comunidad. Esta perspectiva nos permite interpretarla como un viaje simbólico, atravesado por transiciones que van de lo local a lo global, de lo oral a lo patrimonial, de lo ritual a lo digital.

Decir del tambor al satélite en la cumbia es conectar con el mundo sin perder el corazón cumbiambero. Es expresar el tránsito desde las raíces más profundas y orgánicas —el sonido de los instrumentos como símbolos de lo ancestral y lo terrenal— hacia su expansión global por plataformas digitales y medios masivos, con el satélite como emblema de la comunicación contemporánea.

Evocar la imagen de la cumbia cruzando el río por los pueblos ribereños del Magdalena o de los Montes de María, y luego pilotear en el mar Caribe hacia nuevas regiones, geografías y culturas, es recordar que la cumbia navega culturas, tejiendo puentes entre orillas.

Subir la montaña para escuchar los sonidos de la Sierra Nevada y de los Montes de María representa su ascenso como símbolo de dignidad cultural: su apropiación en contextos urbanos, su legitimación como patrimonio. La cumbia asciende las estribaciones de los pueblos hasta las instituciones.

Surca los cielos y el universo. En festivales, películas, escenarios globales y plataformas digitales, la cumbia actúa como una voz sonora de la diversidad latinoamericana. La cumbia vuela alto, llevando consigo la memoria de sus raíces.

En un mundo que es espejo de la nación, la cumbia busca reconectar con su origen sin renunciar al diálogo global. Es una expresión privilegiada de la identidad colombiana. No es una forma fija, sino una manifestación viva, una identidad en permanente transformación.

Por eso, hablar de la cumbia no es solo hablar de música. Es hablar de memoria viva, de pertenencia compartida y de una profunda capacidad de transformación cultural.

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